Todavía recuerdo cómo perseguía a mi abuelo materno por aquel terreno extremeño de encinas y alcornoques, de jara y romero. De repente me percaté de su lejanía y aterrorizada me paré a llamarlo, con tan mala suerte que introduje el pie en una pequeña colonia que interpretó mi torpeza como una agresión a gran escala. En cuestión de segundos aquellas intrépidas guardianas se habían apoderado de mi extremidad inferior y subían por mi pierna como portentosas escaladoras. El pavor se apoderó de mí, obligándome a gritar y a patalear como poseída por algún mal extraño. Mi abuelo interrumpió su paseo y regresó rápido a mi lado para comprobar que simplemente había introducido el pie en un hormiguero.
Cuadro: Campos de Extremadura de Luis Carretero