La noche planea sobre un horizonte austero, las sombras inundan la ciudad y
el temor se acurruca en los lechos inocentes de los más pequeños.
Un punto de luz, aparta de sus cabezas el miedo, una puerta abierta da
paso a la seguridad acogedora de los
brazos de sus padres.
Oyendo sus corazoncitos alterados, los progenitores observan, con amor, a
sus indefensos vástagos.
Y finalmente, acurrucados en sus regazos, descansan en paz, ya sosegadas
sus cándidas mentes en el confortable refugio. Ya el terror pasó, ya el sueño
recaló en bahías dulces de aguas calmas, donde todos encontramos la serenidad
para seguir con nuestro día a día.
Gracias a mis padres por su amor incondicional.