Debajo de la pituitaria, en descenso libre, surcaba
cada dos minutos un hilillo de agua. En mi faz la devastación de la pirexia había
dejado mis pupilas agotadas, y la imagen que ofrecía mi figura se asemejaba al
declive. Envuelta en la guata de mi bata, parecía extraída de otros tiempos,
despeinada, desaliñada y con una tos insufrible que hacía de mi descanso una
ilusión, había entrado en una espiral de malestar desconocedor de la medicación
que me estaba administrando. Así, llorosa y dolorida, sin haber pisado el
umbral de la puerta habían transcurrido los inestimables días de este fin de
semana frío e invernal.
Imagen: Eco fenómenos TV