¡Qué nervios! Había llegado por fin la noche
mágica. La más esperada del año. Con la sonrisa en los labios, recuerdo como
nuestros padres nos aconsejaban ir a dormir pronto, porque Sus Majestades los
Reyes Magos de Oriente no pasarían por casa hasta ver que todo el mundo
descansaba. ¡Qué hormigueo en el estómago! Los Reyes estaban a punto de llegar
y nos traerían los juguetes solicitados en la carta, aquélla que con tanto
esmero habíamos escrito unos días antes, y que con la inocencia reflejada en el
rostro habíamos ido a entregar al Embajador. ¡Cuánta inquietud! Los zapatos en el
umbral de la ventana y en la cocina algo de comida para Sus Majestades y agua
para los camellos. Todo estaba preparado y después de haber visto la cabalgata
sólo quedaba esperar que la noche pasara con placidez. Y por la mañana llegaba
el escándalo, la excitación alcanzaba cotas sorprendentes. Allí estaban
nuestros regalos, unas muñecas preciosas de época, con paraguas incluidos, y un
Exín Castillos (lo construí, con sus torres y almenas y quedó montado para
siempre; no dejaba a nadie desmontarlo ¡era tan bonito!), además de los útiles
necesarios para la escuela (estuches con colores, gomas, lápices y
bolígrafos…). La magia había hecho efecto y todos salíamos a enseñar nuestros
regalos al resto de amigos. ¡Cuánto entusiasmo! ¡Cuántas caras felices! ¡Qué
maravillosos recuerdos!
Años después viví las mismas experiencias siendo
madre. Los rostros infantiles de mis hijos anhelando ver las sorpresas que les
traerían los Reyes Magos. El nerviosismo reflejado en sus caritas. El hechizo volvía a mi hogar.
No puedo evitar, al escribir estas palabras y
recordar aquellos momentos, que rueden por mis mejillas lágrimas de felicidad.
¡Feliz noche de Reyes! Deseo que la magia os
acompañe siempre.
Fotografía: personal