Las lentas procesiones de equinoccios y solsticios evidenciaban unas huellas quejumbrosas en las comisuras de aquellos labios que habían sido ilusión fabuladora para muchos. El intento de engañar el tiempo era tan sólo una metáfora imprevisible que dejaba rostros dramáticos, creando desechos, fisonomías siniestras, espantosos mosaicos finales.
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