El canto insistente de las cigarras se había instalado en aquella tarde veraniega, imposibilitando mi deseo de conciliar el descanso de la tan merecida siesta. No podía dejar de escuchar aquellas prodigiosas armonías que la benigna brisa acercaba a mis oídos. Finalmente concilié el sueño adentrándome en un mundo misterioso donde yo era una de esos pequeños insectos cantarines.
Me desperté ahogándome, ¡había creído ser un ser humano!
Fuente: Google
Hola Antonia, Hasta la cigarra se pegó un gran susto creyéndose un ser humano.
ResponEliminaHay personas buenas y maravillosas y de las que estamos orgullosos que formen parte en nuestra vida, pero también las hay que nos hacen mucho daño, a veces irreparable.
un abrazo.
Tienes toda la razón, pero la vida está llena de alegrías y desengaños.
ResponEliminaBesos