Los árboles parecían doblarse bajo su propio peso, el verano había colmado de bienes el Paraíso. Sus frutos, de un dulzor exquisito, admiraban a nuestro paladar, neófito en este placer. Éramos dos seres, con diferencias evidentes, que vivían en un continuo disfrute de los sentidos. Fornicábamos cuando nos apetecía, comíamos cuando teníamos hambre, y no padecíamos por ningún otro tema, puesto que nuestras necesidades estaban totalmente cubiertas. Nos guarecíamos en un pequeño refugio, en una oquedad que habían formado unas rocas. No cubríamos nuestros cuerpos, puesto que no conocíamos el pudor. Compartíamos ese vergel con otros animales, que al igual que nosotros, simplemente vivían.
Él quería experiencias nuevas y comenzó a copular con otros animales de diferentes especies, que tenían una mentalidad más abierta. Nunca más volvió a yacer conmigo.

Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada