La locura colectiva se había desatado. Era uno de los primeros días de
agosto y todo el mundo, absolutamente todo el mundo, había optado por acercarse
a aquella playa. El sol había hecho acto de presencia y no era cuestión de
desaprovechar sus rayos. Así una marabunta de vehículos se disponía a lo largo
de 5 kilómetros
de carretera, invadiendo la calzada y obstaculizando la circulación. No había
piedad, era necesario encontrar un lugar donde aparcar el coche. La odisea
vendría después, intentar pisar la arena. Trascurrida media hora de caravana,
sin previsiones de avanzar y con un calor sofocante, optamos por volvernos a
casa y dejar la playa para un día menos soleado.
Fotografía: fondo personal
Soy Pili, una asidua lectora de tu bloc. Es cierto que cuando se decide pasar un día relajado en la playa y surgen tantos obstáculos para que esa jornada sea placentera, se llegue a la conclusión que lo más razonable es darse la vuelta y volver a casa. Felicidades.
ResponEliminaEs cierto que acabas algo desmoralizado/a y opinando que como en casa en ningún otro lugar.
ResponElimina