Aquellas trenzas que mi madre amenazaba con cortar,
¿dónde están? Aquellos juegos sin malicia, ¿dónde se alojan? El descubrimiento
de la sexualidad, los primeros besos, las primeras caricias, ¿dónde habitan?
¿En qué momento perdí mi infancia y mi juventud?
¿Cómo desaparecieron el placer del recreo o los primeros vestidos de fiesta?
¿Cuándo dejé de cantar a pleno pulmón sin importarme el qué dirán? ¿A dónde
fueron a parar aquellos primeros abrazos?

Ahora echo la vista hacia atrás y puedo decir que
he vivido, por supuesto a mi manera, sin grandes escenas teatrales, unos
maravillosos años que me han llevado a la mitad de mi vida. Tan sólo puedo
ansiar completar la otra mitad y confirmar que hay que aprovechar cada momento,
viviéndolo con toda la intensidad que requiere el instante, aunque tampoco vamos a
rasgarnos las vestiduras por lo que pudo haber sido y no fue, porque si no fue
es que posiblemente no debiera haber sido. Así que sigamos hacia delante con la
sonrisa en el rostro, con el vaso medio lleno, con el corazón a rebosar y con
los brazos abiertos esperando siempre poder entregar nuestro cariño a todo
aquel que se cruce en nuestro camino (esto parece un sermón). En fin, alzo mi
copa para brindar con todos aquellos que piensan como yo que el futuro está
todavía por escribir, ¡cojamos nuestras vidas y escribamos nuestro destino!