Semana Santa cordobesa. Un lluvioso mes de abril nos esperaba en la cuna de la cultura árabe en la península. Lluvia ansiada durante todo el año, lluvia beneficiosa para los campos, lluvia generadora de vida. Lluvia, ese fenómeno atmosférico que había conseguido destruir los anhelos de un pueblo. Aquella agua deseada otrora se convertía así en un enemigo destructor, azote que había decidido enviar un dios ajeno para empequeñecer al de los cristianos. Un pueblo que junto a sus tradiciones se encerraba en la desilusión más profunda arropado, únicamente, por su gastronomía.
Fuente fotografía: El Imparcial - religión
Comprendo el dolor de la gente que está todo un año esperando este dia y no puede ser por la lluvia.
ResponEliminaSin ánimos de ofender a nadie, por aqui se puede oir (con esa gracia que les caracteriza):
Pues no que parece que Dios es ateo.
Es verdad que ciertas tradiciones son difíciles de entender para profanos y que para comprenderlas, mínimamente, sería necesario vivirlas más de cerca.
ResponEliminaTienes razón, pero no hay que vivirlas, sino sentirlas. A veces envidio esa gente que tiene esa Fe ciega en Dios o sus Santos, como si un amuleto les acompañara incondicionalmente dentro de su corazón
ResponEliminaSi no sientes no vives, si no vives no sientes.
ResponEliminaA mí me educaron en esa fe y en ocasiones se ha convertido en un lastre que me amarra al pasado. La vida te va dando nuevas perspectives que hacen cuestionar esas creencias y entonces es cuando aparece el caos entre lo que dicta tu corazón y lo que dictamina tu mente.