Había nevado durante toda la noche. Al amanecer el sol mortecino apenas alumbraba los caminos desiertos. El espacio y el tiempo se habían detenido en aquel instante trascendental, en aquel momento mágico del alba. La soledad y la blancura cubrían con su manto todo el territorio que abarcaban mis ojos. Tan solo, en la lejanía, un punto negro se movía. No podía vislumbrar qué era (por mi miopía galopante), no era capaz de divisar los contornos de aquella marca que comenzaba a moverse en una especie de baile macabro. Lo siniestro de la danza me puso sobre alerta. No sabía qué hacer, pero era evidente que aquel espectro se iba acercando, dejando tras de sí una senda que violaba aquella pureza nívea. Sólo al llegar ante mi puerta pude comprobar que se trataba de mi perro, que había decido disfrutar de la nevada enharinándose y trazando piruetas de magnífico equilibrista.
Fuente fotografía: totally-free-images.com
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