Supo que sería el hombre de su vida e iniciaron un camino juntos, sorteando
los misterios de la existencia. Las señales fueron evidenciándose y todo hacía
prever la gran borrasca que se avecinaba y que ahogaría, en la tormenta de la
incomprensión, tantos años de amor. Después de la tempestad llegó la calma y el
distanciamiento, y aunque ahora vagan por laberintos opuestos, sus vidas siempre
tendrán un nexo de unión que les recordará que un día, lejano ya, su sendero
tenía el mismo trazado y sus anhelos transitaban por la misma vía.
Fuente fotografía: bajolainfluencia.es
El día que escuchen aquella canción y en lugar de una lágrima en la mejilla, aparezca una sonrisa, el sendero y el trazo resultarán más definidos. Qué bien cuentas las cosas!
ResponEliminaY como (casi) siempre el Príncipe no tuvo categoría ni para convertirse en rana.
ResponEliminaGracias Antonia.
Las ranas no entienden de canciones, lágrimas, senderos. Al final todo se olvida y al igual que dentro del agua, todo se ve borroso, la respiración intensa y los pensamientos raros.
ResponEliminaNo hay Principes, ni Blancanieves, todo es un cuento que nosotros mismos destruimos, parece que nos de miedo ser felices.
Así las ranas (todos nosotros) ¿no pueden esperar nada más? ¿No crees que es posible que algunas en su charca puedan ser felices?
ResponEliminaEl resto tenemos un grave problema: el conocimiento debería hacernos libres pero en muchas ocasiones lo que consigue es hacernos infelices.