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dilluns, 31 d’octubre del 2011

Noche de difuntos (homenaje a G.A. Bécquer)

La imagen del Moncayo, formidable, aguijonea mi perturbada mente. A unos kilómetros Soria, sobria ciudad castellana, que se yergue austera. Mi imaginación navega, buscando aquellas referencias dormidas en el desván de los recuerdos. Vienen a mis mientes referencias cruzadas, espectros soñados por alguien, Beatriz, Alonso, los restos mortuorios de los templarios…; lugares que vagan entre la realidad y la ficción, el palacio de los condes de Alcudiel, el monte de las ánimas, la capilla, la habitación de Beatriz…; y por último la cinta azul ensangrentada, imagen de la leyenda, escarnio y burla. Fantasía irreal que engrosa mi universo personal.

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Pero ¿qué hacía yo en aquel lugar? Segundos antes había escuchado como iba desapareciendo en el aire el tañer de la última campanada que anunciara las 12, en la torre de la iglesia, de la noche de difuntos. Sabía perfectamente qué lugar era aquel, no había dudas, allí estaban las dos figuras protagonistas perseguidas por los esqueletos de caballeros y monjes y yo era testigo. El horror reflejado en sus rostros chocó de pleno con el asombro en el mío. ¡Estaba soñando, seguro que estaba soñando! Hice esfuerzos titánicos por despertarme pero no podía escapar de la pesadilla. Hizo falta que mi pareja tironeara de mi brazo para advertirme que me había quedado dormida en el sofá, leyendo un libro. Cuando me disponía a cerrar aquel manuscrito observé aterrada que había un fragmento de una falange entre sus páginas.
Desde entonces todas las noches de difuntos rememoro aquel infierno y observo como una de las osamentas intenta acercarse demasiado, entonces examino su mano derecha y compruebo que le falta la falange de un dedo. Cada año intento devolvérsela con escaso resultado, no quiere aceptarla. Después de tantos otoños en su pos, para intentar sofocar definitivamente estas alucinaciones, he llegado a la conclusión de que el muerto se ha enamorado de mí, puesto que los coqueteos e insinuaciones son cada vez más evidentes, por lo que ahora a mi vejez espero ansiosa el momento de reencontrarme con mi enamorado, ya que en este plano terrenal no he conseguido afianzar ninguna relación. ¡Seguro que estamos hechos el uno para el otro!


Fuente: Cementerio de Cloister Nevado de Caspar David Friedrich, 1817-19

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